El fraude en la economía por John Kenneth
- Sara Cajo Garcia
- 15 mar 2016
- 5 Min. de lectura
"La economía del fraude inocente" por John Kenneth Galbraith
John Kenneth Galbraith fue un importante economista de Estados Unidos y bajo el título La economía del fraude inocente en 2004 desarrolla lo que el considera como fraude de la economía actual entorno a la importancia de los mercados y a la modificación de la soberanía del consumidor a las empresas productoras e industrias que fijan los precios y crean demanda.

La RAE define como fraude a aquella acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete. El autor desarrolla su idea en base al abuso que las corporaciones y grandes empresas hacen sobre los consumidores a través de la publicidad y promoción para condicionar el mercado así como el abuso de poder sobre las instituciones privadas a las que presionan y se encuentran cada vez más en una frontera más disipada entro lo público y lo privado.
Además Galbraith arremete contra la dirección corporativa quién acusa de imponer su voluntad por encima de los propietarios y accionistas de las corporaciones a la vez que basan sus acciones en un poder ilimitado para el auto enriquecimiento individual por encima del interés general de la propia empresa.
Otro punto crítico de esta lectura es el papel del estado y de los bancos como en el caso de la Reserva Federal ya que considera que las medidas tomadas por los mismos no son las adecuadas y tienen unos efectos mínimos en la economía debido a que en épocas de recesión las fuerzas determinantes son el gasto de los consumidores y la inversión industrial, pero la influencia que tiene, por ejemplo, bajar los tipos de interés, es mínima, ya que a quiénes beneficia principalmente son a las empresas.
Entrando en cada apartado específicamente, a partir del segundo capítulo Galbraith se oposita a la creencia que en el sistema de mercado –sistema posterior al capitalista en el que nos encontramos en la actualidad o sistema–, no haya individuos o empresas dominantes, ya que el autor considera que está sujeta a una dirección corporativa hábil –por ello lo denomina también sistema corporativo–. Considera que esta parte está siendo ocultada, no obstante, la pregunta que deberíamos hacernos en realidad es ¿no sabemos que las grandes marcas crean demanda a través de la promoción?, ¿realmente no somos conscientes de ello? Lo cierto es que sí conocemos estas tácticas de márquetin y, aún y así, somos los consumidores los que finalmente decidimos comprar, pese a que esté cada vez más presente el factor moda, que sí viene impuesto por estas grandes corporaciones.
Otro tipo de fraude que menciona el autor es el Producto Interior Bruto como el principal indicador de éxito de una sociedad y, de hecho, si simplificamos los elementos del PIB encontramos el consumo privado, la inversión, el gasto público y la diferencia neta entre exportaciones e importaciones. Lo cierto es que se trata de un indicador fundamental en cuánto a economía se refiere, para medir el éxito de una sociedad –más allá del mero bienestar económico–, se necesitaría, como bien indica Galbraith, tener en cuenta otros factores cualitativos como son la educación, la literatura y el arte. Con todo esto se puede decir que el PIB de una economía no es suficiente para determinar el éxito pero si necesario y que, por tanto, no podríamos identificarlo como fraude, si como una medida inexacta o incompleta.
En cuanto al trabajo se refiere, Galbraith habla de la paradoja de hablar de la misma manera de trabajo tanto para los que les resulta agotador como para los que los disfrutan, cosa que acusa de fraude y de la doble moral a la hora de reprender contra una persona de clase baja que no quiere trabajar y una perteneciente a la clase ociosa a la que no le hace falta. No obstante, el trabajo como tal es cualquier ocupación remunerada, profesión u oficio. El trabajo es trabajo tanto para aquél que lo disfruta como para aquél que es una carga y, de hecho, el segundo debería fijarse en el primero para guiarse y lograr que el trabajo le resulte menos tedioso.
Respecto a la diferencia entre una persona de clase baja o media y una con muchos recursos, ambas deberían trabajar para desarrollarse como personas y ser útiles en la sociedad sin distinción y no se debería ver bien que una persona por mucho dinero que tenga no trabaje –ya sea de forma remunerada o voluntaria como en las ONG–.
En el centro de la crítica del autor nos encontramos a la corporación y el poder corporativo así como su supuesta inocencia. Galbraith expone que quienes participan en la estructura directiva pueden ser innecesarios, ineptos y egoístas, pero no son burócratas –se oculta la realidad bajo la denominación management–, pero que en la organización gubernamental sí los hay. Bien, lo cierto es que cualquier organización ha de tener una estructura y una cierta jerarquía de control coordinada, pero ésta debe ser competente, en ningún caso ineptos y menos egoístas sino que se ha de priorizar el bien de la corporación por encima del individual para lograr el éxito.
Los altos directivos de las corporaciones se pueden fijar sus retribuciones –excesivas para Galbratih– y esto llega a ser perjudicial para las empresas generando fraude. A juicio propio, en estos casos, lo deleznable no reside en las cantidades que se fijen estos directivos, el problema viene cuando esas cantidades llegan a perjudicar a la empresa, por lo que debería haber un organismo encargado de controlar estas acciones.
Otro punto crítico del autor en la economía es la poca diferenciación y la absorción que está sufriendo el sector público por parte del privado, cosa que lleva a una influencia decisiva en el presupuesto militar y en la política exterior, en los compromisos militares y, en última instancia en la acción militar –en la guerra–. Además arremete contra el papel que está ejerciendo el Estado ya que cree que las empresas piden préstamos cuando pueden ganar dinero y no porque los tipos de interés sean bajos –en esas ocasiones las hipotecas se refinancian pero la cantidad de dinero liberada así es relativamente pequeña–. Cuando hay recesión las fuerzas determinantes serán el gasto de los consumidores y la inversión industrial, pero Galbraith no considera que la influencia sobre éstos sea decisiva.
De hecho, el autor argumenta que para la élite corporativa, la reducción de impuestos aumente una renta que ya es más que suficiente y que la renta adicional derivada de esta reducción no se gasta y, por tanto, puede no tener efectos en la economía.
No obstante, si el banco central decide bajar los tipos de interés y los bancos quieren obtener beneficios, el banco central no paga directamente a los bancos sino que éstos deben conceder créditos para acabar obteniendo beneficio, por tanto, aunque no se deban rechazar otras alternativas, no se puede considerar que sea una idea nula o con un impacto irrelevante.
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